miércoles, 10 de octubre de 2012

Felipe González, paradigma del cambio ideológico-crematístico

PEDRO COSTA MORATA*

Público



La historia de España dedicará numerosas y –seguramente– elogiosas palabras a Felipe González, presidente socialista del Gobierno entre 1982 y 1996, pero los historiadores del socialismo español tendrán que ser más finos y rigurosos y es de suponer que sea su inmensa capacidad de cambio lo que centre estos análisis, ya que en su caso el castizo “de sabios es cambiar” alcanza categoría cuasi científica. Felipe González (FG) nos ofrece un ejemplo singular de transmutación ideológica a más y más conservador, hasta haberse integrado en el grupo de privilegiados por el capitalismo internacional. Digamos que, si bien fue el marxismo una de sus referencias originales, pronto abandonada y trocada en paparruchería de corte progresista, éste (el marxismo, aunque no sólo éste) se ha vengado de él sometiéndolo a esa ley de tan amplia aplicación que marca la derechización de un político al ritmo y en la medida en que economía prospera…

Pero sus cambios, abandonos y ganancias superan en mucho lo que pueda arrojar la historia biográfica del PSOE, y por eso el que en las pasadas primarias del partido ninguno de los candidatos propusiera la expulsión del partido de personaje tan mutante, dadas las escasas señas de identidad que mantiene con cualquier definición de socialista, y su escandalosa trayectoria, fue una oportunidad perdida; por el contrario, ambos postulantes compitieron por llevar a FG a su campo y campaña (ganando Rubalcaba, a fin de cuentas ex ministro en sus gabinetes). Queda así abierta la posibilidad de que sea él mismo quien acabe abandonando ese partido, del que ha reconocido sentirse “menos simpatizante que antes”.

FG se permite, pese a haber perdido cualquier credencial ética, pontificar sobre numerosos asuntos políticos, de entre los que destacan los europeo-comunitarios, alarmándose de la escasa legitimación democrática de las instituciones de la UE y predicando una “refundación” vaga y banal; como si él no hubiera intervenido, y con gran entusiasmo, en aquellos cambios (Acta Única de 1986, Tratado de Maastricht de 1992) que sentaron las bases de la Europa neoliberal actual, cuyos horizontes resultan más y más antisociales, menos y menos democráticos. Y nos obliga a recordarle que nuestro ingreso en la Europa de entonces fue papanatas, imprudente y escasamente democrático; y que, con más descaro que sutileza logró hacer creer a la opinión pública que esa integración conllevaba, necesariamente, asumir otras dos decisiones de “modernización y realismo”: consolidar nuestros vínculos con la OTAN (lo que nos ha hecho participar en bombardeos, invasiones y ocupaciones de remotos territorios compartiendo las responsabilidades criminales de toda entidad imperialista) y reconocer a Israel (Estado-catástrofe cuya amistad nos impusieron tanto el capitalismo internacional como esa socialdemocracia europea que siempre ha apadrinado y dirigido a FG).

En su itinerario público no debe olvidarse su acceso a la política nacional y su protagonismo en los años del cambio político. Merece la pena evocar aquella portada de Doblón, de las mejores aparecidas en los semanarios políticos de la Transición, a la que llenaba el rostro casi desconocido del Isidoro de Suresnes con el titular: “¿Quiere ser usted la oposición?” (26-04-1975), con un texto en el que aparecía dos veces fotografiado con Willy Brandt, todopoderoso líder socialdemócrata alemán y ex canciller.

Y en sus cambios de imagen política, al compás de su innegable capacidad de malabarista dialéctico, tampoco se debe pasar por alto el alarde de considerarse “nueva izquierda”, esa que pretendió representar (en el sentido más teatral) exhibiéndose en público sin sonrojo con esos grandísimos bribones llamados Clinton y Blair, agresores internacionales, embaucadores y agentes principalísimos de la reacción antisocial universal.

Lejos de querer bromear con aquel eslogan electoral de 1982, “Por el cambio”, que le produjo doce millones de votos, ha resultado cierto que, con el tiempo por testigo, resultó ser el aviso de que los cambios ideológicos que ya había emprendido se multiplicarían, acumularían y superarían hasta situar a FG muy próximo a las antípodas de cualquier socialismo, por desteñido y contradictorio que pueda considerarse; cambios ideológicos que en gran medida vienen estrechamente relacionados con sus intereses económicos, como se demuestra. Una de sus primeras “espantás” fue el olvido, radical, de las promesas hechas al pueblo saharaui en su estancia en los campamentos de Argelia (14-11-1976), sobre todo si tenemos en cuenta sus negocios y relaciones en Marruecos y con la Casa Real alauí (de cuyos escrúpulos democráticos no dudará en salir fiador).

Luego, una vez en el poder, fue la corrupción a discreción entre sus gentes, de la que se enteraba por la prensa, a la que se añadió el innombrable episodio de los asesinos del GAL, de los que nunca supo nada, desde luego; y todo ello deslegitimó al líder y al partido, facilitando la llegada al poder de Aznar y su peste neoliberal (de la que ha acabado contagiándose su propio partido).

Sin duda lo más espectacular de su éxito económico ha de ligarse con su debilidad por América Latina, que le viene de cuando era secretario general de su partido e incluso jefe de gobierno: se decía que esos asuntos los llevaba directamente él. Ahora, a juzgar por los réditos que obtiene de aquella afición resulta imposible no recordar algunas de las amistades más famosas que allá cultivó, como el empresario logrero Cisneros (que adquirió, como pelotazo, Galerías Preciados), o el corrupto Carlos Andrés Pérez, que fuera presidente venezolano. Y en ese mundo latinoamericano ha encontrado al mexicano-libanés Carlos Slim, que ha hecho de FG su principal “lobbysta a través del mundo” (Le monde diplomatique, abril de 2008), y que con seguridad le corresponderá con la generosidad esperable de quien hoy ya es el hombre más rico del mundo. Más recientemente, ha sido la empresa energética Gas Natural-Unión Fenosa, la que lo ha fichado, precisamente, por sus influencias en América Latina. Seguro que conoce muy bien que sirve a un empresario que ha hecho su superfortuna como resultado de las privatizaciones (Telecomunicaciones en primer lugar) realizadas en México en los arrebatos neoliberales de los años 1980-90 impuestos por el FMI y simultáneos, inevitablemente, con el empobrecimiento de millones de mexicanos; y que deberá estar informado de las actividades en América (por ejemplo, en Guatemala) de la eléctrica que le paga. Lo de menos, dada su ética declinante, es que se muestre favorable a la energía nuclear (¿le permitiría Gas Natural-Unión Fenosa, decir otra cosa?) y nos haga recordarle que fue su primer gobierno el que congeló cinco centrales nucleares en construcción (porque resultaba más barato para todos dejarlas como estaban).

Y cuando este verano volaba en jet privado hacia la costa ibicenca para disfrutar de unas carísimas vacaciones en el año más triste para millones de sus compatriotas, no debe descartarse que hiciera balance –provisional, claro– de tan plástico y exitoso discurrir, diciéndose a sí mismo: “Nadie ha cambiado como yo, soy el más sabio entre los sabios: ¡lo he traicionado todo!”.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista. Premio Nacional de Medio Ambiente en 1998.

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