sábado, 14 de julio de 2012

Keynes: a pan y agua y con grilletes

ANTONIO GONZÁLEZ VIEITEZ

En ocasiones, quienes no están bien informados, acusan a John Maynard Keynes poco menos que de bolchevique. Y esta apreciación, equivocada, proviene del hecho que sus propuestas más conocidas son aquellas que defienden la intervención pública en las diferentes economías.

Pero como se sabe, esas intervenciones públicas, lo que de verdad persiguen es la defensa del sistema en vigor, del Capitalismo. Porque Keynes ha sido su defensor más brillante e inteligente en los últimos 75 años.

Resumiendo hasta lo máximo, se puede decir que, según Keynes, el sistema capitalista “sabe” equilibrarse en el largo plazo. Pero, en el corto, con frecuencia es incapaz de conseguirlo, se producen desajustes entre oferta y demanda, se originan altibajos, aparecen las crisis (en algunos casos, las temibles burbujas) y, a lo largo del tiempo, se definen los ciclos. Así, dentro de su concepción, es necesario organizar una dirección y gestión inteligente de cada economía, para lo que él propone dos políticas económicas básicas.

Por un lado, las Políticas Monetarias que, utilizando el instrumento del Banco Central de cada país, ha de facilitar dinero abundante y barato (bajos tipos de interés) en las coyunturas bajas, para facilitar la inversión, estimular el crecimiento y el empleo cuando la iniciativa privada es insuficiente. Por supuesto, cuando la coyuntura es la contraria, alta inflación y/o crecimiento excesivo y descontrolado, lo que tiene que hacer el Banco Central es intervenir, elevando los tipos y refrenando la situación.

Por su parte, las Políticas Fiscales, buscan los mismos objetivos que las Monetarias (crecimiento económico equilibrado y estable) pero utilizando otro tipo de medidas e instrumentos. Así, en las etapas de bajo o nulo crecimiento de la economía, lo que tiene que hacer el Gobierno es inyectar recursos públicos (gasto e inversión pública), que compensen el bajo nivel del gasto privado. Por supuesto, lo contrario en los momentos de aceleración.

Se trata de lo que se conoce como Economía de Demanda. El Gobierno tiene que intervenir y utilizar sus políticas económicas para conseguir una demanda agregada estable y creciente a largo plazo. (Lo que viene intentando, si bien con muchas dudas, el Gobierno de los EE.UU.)

Pues bien hoy, en la UE, a Keynes lo meterían entre rejas. Veamos.

A). Las políticas monetarias se encuentran en la situación siguiente. Cualquier política de ajuste suave (utilizando el tipo de interés), o ajuste duro (devaluación de la moneda) ha sido transferida por todos los Bancos Centrales de la zona euro al Banco Central Europeo (BCE). Por lo tanto, cada uno de los Estados ya no puede poner en práctica políticas monetarias. Entonces, ¿el BCE?

Quienes tengan curiosidad y estén interesados en estas cuestiones, recordarán de inmediato la negativa tajante de la señora Merkel a que el BCE emita eurobonos y se anime a realizar políticas monetarias keynesianas para estimular el crecimiento y crear empleo. Es más, se exige al BCE su absoluta autonomía e independencia respecto a la Comisión y al Consejo. Hasta el punto del absurdo (y del escarnio) que la liquidez que emite el BCE solo puede ser aprovechada por los bancos privados, y los Gobiernos de la zona euro no pueden aprovecharla directamente ¡Porque el BCE tiene que ser independiente de los Gobiernos! Y las consecuencias de todo esto son intolerables. Los bancos privados se atiborran de dinero fresquito al 1% y, sin mover ni un pelo, se lo prestan a los Gobiernos al 3% o al 17%!! según plazos y países. ¡Eso sí, el BCE goza de plena autonomía de los Gobiernos!

Esa situación enloquecida (Ojo! Enloquecida desde la perspectiva de los intereses generales, pero indecentemente lógica y racional desde la perspectiva de la banca privada) es la que estamos viviendo en la UE.

El desquiciamiento de intereses y valores se aprecia en la situación que está viviendo Hungría estas semanas. Su Gobierno pretende utilizar su Banco Central para realizar políticas keynesianas, saltándose su sacrosanta autonomía. ¡Y hasta ahí podíamos llegar! El FMI y la Comisión Europea han puesto el grito en el cielo, se ha abierto un expediente sancionador, y se han suspendido los contactos para la concesión de un nuevo crédito que el país necesita con urgencia. Lo chocante del caso es que la UE ha hecho, en la práctica, caso omiso a una serie de actuaciones antidemocráticas de ese mismo Gobierno (en especial lo que se refiere a la independencia de su Poder Judicial) y solo ha reaccionado como un rehilete cuando se “atentaba” contra la divina independencia de su Banco Central.

Y Keynes jamás entendería esa divina independencia de los Bancos Centrales. Que, en el fondo, no pretende otra cosa que impedir que el Gobierno haga políticas monetarias para que la haga, según sus intereses, la banca privada. Y, por eso, a Keynes lo habrían llamado al orden y lo habrían encerrado a pan y agua.

B). Políticas fiscales. Aquí, la posición antikeynesiana es mucho más furibunda. Porque la concepción actual de esta materia (mezcla de ideología e intereses creados según Stiglitz) es absolutamente partidaria del no endeudamiento de ninguna Administración Pública. “No se puede gastar más de lo que se tiene. Y punto”. Nuestro país ha sido pionero en esta cruzada y ha llevado la restricción presupuestaria hasta la mismísima Constitución.

Sin embargo, hay que retener que para hacer cualquier inversión de envergadura (sistema energético limpio, pesadas infraestructuras) toda Administración Pública ha de pedir prestado y endeudarse. Como cualquiera de nosotros si se quiere comprar una casa, un coche o unas vacaciones especiales.

Por lo tanto, cuando se quiere prohibir hacer políticas fiscales, cuando se quiere impedir a los Gobiernos invertir, lo que se está reclamando es que todas esas actuaciones hasta ahora entendidas como propias de los Gobiernos, tendrán que hacerse en el futuro por empresas privadas y para atender a sus intereses particulares. La consecuencia de todo esto (querida pero no explicitada) será el achicamiento del ámbito de lo público y el ensanchamiento del privado.

Para amarrar aún más la cosa y meter el miedo en el cuerpo, se propone que el endeudamiento de cualquier administrador público (alcalde, presidente de Cabildo, consejero, ministro, sursum corda) pueda ser considerado delito. A tal punto se ha llegado de intransigencia y fundamentalismo.

Y para evitar el endeudamiento y achicar lo público, la medida hoy más defendida es la que acaba de indicarnos con toda desfachatez la agencia Fitch (por cierto, que se denomine agencia induce a la confusión, porque parece que se trata de alguna institución pública e imparcial. Cuando es todo lo contrario, un simple oligopolista de valoración de activos financieros, juez y parte y con una tenebrosa historia a sus espaldas). Así, la mejor y más fácil forma de evitar el déficit, es hacer duros recortes en la sanidad y en la educación. ¡Nos provoca de esa manera y se queda tan pancha!

En suma (y, se habrá observado, que siempre nos hemos movido dentro del ámbito del propio sistema) quieren arramblar con la civilización actual (con todas las limitaciones que se quiera) y quieren arrinconarnos en la jungla. A medida que lo público se empequeñece, la sociedad, el común va perdiendo consistencia y nos vamos a tener que ir, como náufragos, agarrando a la individualidad de cada uno.

Y, en mi opinión, ese es el verdadero objetivo de las fuerzas reaccionarias. En el ámbito de lo político, tiene también que prevalecer la competencia entre los ciudadanos sobre todo lo demás. La fraternidad, la solidaridad, aparte de ñoñerías, son irracionales y estúpidas. En el ámbito de lo económico, todo irá cayendo en el lado de lo privado. La figura del “copago” será una fórmula transitoria hacia el pago puro y duro de cualquier bien o servicio (el aire que respiramos, también) que consuma el consumidor. Ya no habrá ciudadanos, sino usuarios.

Y, a todas estas ¿alguien se cree que, aparte por el miedo, que todavía atenaza a la mayoría del 99%, estas perspectivas tienen futuro? Eso solo ocurrirá si la barbarie y la oscuridad sustituyen a la civilización. Si dejamos al Estado y a los Gobiernos (eso sí, tendrán que transformarse en transparentes y democráticos) maniatados y a merced de los dichosos mercados (de los que hablaremos otro día)
Mientras tanto el viejo Keynes, entre rejas, nos anima a rebelarnos, a hacer posible otro mundo y recordarnos aquello que “las cosas que merecen ser hechas, merecen ser bien hechas.

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