sábado, 26 de junio de 2010

El político vago

MANUEL RICO
Público





El diccionario de la Real Academia enumera dos acepciones de la palabra vago. El término que proviene del latín vacuus describe a alguien “holgazán, perezoso, poco trabajador”, mientras que el adjetivo que procede de vagus sirve para definir algo “impreciso, indeterminado”. En España hay un político vago por excelencia. Su nombre es Mariano Rajoy.

Es cierto que entre sus correligionarios del PP está extendida la idea de que Rajoy es un vago de la primera acepción, alguien que disfruta leyendo el Marca, fumando un puro y trabajando un poco menos de lo justo. Cuesta creerlo. Carece de lógica que un ser con ADN holgazán cambie la comodidad de un registro de la propiedad por el enorme esfuerzo de soportar a la tropa conservadora. Pero es más: si fuese ese tipo de vago, sin duda sería tremendamente positivo, a la vista de que su esfuerzo principal es llegar al poder aunque sea atropellando la credibilidad internacional de España.

El trabajo, por sí mismo, es además algo sobrevalorado. En su Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell sostiene que la “creencia de que el trabajo es una virtud ha causado enormes daños”. Ejemplos no faltan. Cuando Manuel Fraga malgobernaba Galicia, sus palafreneros repetían la letanía de que trabajaba 16 horas al día. Mejor le habría ido a Galicia si hubiera sido el más perezoso de los mortales, pues todos los esfuerzos los dedicó a domesticar el Parlamento, a comprar a los medios de comunicación, a someter al fiscal y a permitir que los corruptos que lo rodeaban campasen a sus anchas. Conclusión: lo juicioso al escuchar la alabanza del hombre trabajador es ponerse en guardia y preguntar exactamente qué es lo que hace, ya que quizá lo adecuado sea recomendarle reposo absoluto.

Queda demostrado, por tanto, que es improbable que Rajoy sea holgazán y que, en todo caso, si lo fuera habría que celebrarlo. Eso sí, de la segunda acepción del término vago no hay forma de librar al dirigente del PP. Y es que resulta imposible encontrar a un político que diga mayor número de generalidades con tanta pompa. Esta semana lo ha demostrado de nuevo en dos actos solemnes.

El miércoles, en el Congreso, cuando el presidente Zapatero lo acusó de no concretar una sola propuesta para reformar el mercado laboral, un Rajoy ufano le contestó que le iba a detallar “dos o tres”. Y lo que siguió fue una retahíla de enunciados explicando lo que no haría, pero sin detallar medida alguna. Ayer, en lo que pretendía ser la puesta de largo de su alternativa económica, lo más novedoso que planteó fue “abrir un debate para llevar a la Constitución el principio de estabilidad presupuestaria”. Pero ni una palabra sobre pensiones, ni una explicación concreta sobre la reforma laboral, ni una idea sobre cómo recortar el déficit.

El interés electoral es evidente. Cuando David Cameron desveló sus planes de ajuste antes de la campaña británica, perdió buena parte de su ventaja electoral. Así que Rajoy esconde celosamente sus planes para no perder votos. Falta por saber si el político vago por excelencia mantendrá la ventaja que ahora tiene en los sondeos.

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