miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿Dónde está la izquierda en esta tormenta económica?

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SERGE HALIMI
Le Monde diplomatique




Mientras el capitalismo vive su crisis más grave desde los años 30, los principales partidos de izquierda parecen mudos y confusos. Como mucho prometen remendar el sistema. Más a menudo intentan demostrar su sentido de la responsabilidad y recomiendan, ellos también, una purga liberal. ¿Cuánto tiempo puede durar este juego político cerrado mientras se inflama la cólera social?
Los estadounidenses que se manifiestan contra Wall Steet también protestan contra sus representantes del Partido Demócrata y de la Casa Blanca. Sin duda ignoran que los socialistas franceses siguen invocando el ejemplo de Barack Obama. Al contrario que Nicolás Sarkozy, el presidente de Estados Unidos ha sabido, según ellos, actuar contra los bancos. Quien no quiere (o no puede) atacar a los pilares del orden liberal (financiarización, globalización de los flujos de capitales y mercados) intenta personalizar la catástrofe, imputar la crisis del capitalismo a los errores de concepción o gestión de su adversario interior. Así, en Francia echarán la culpa a Sarkozy, en Italia a Berlusconi y en Alemania a Merkel. Muy bien, ¿y en otros sitios?

En otros sitios, y no solo en Estados Unidos, los dirigentes políticos presentes durante mucho tiempo como referencias de la izquierda moderada también se enfrentan a las manifestaciones de indignados. En Grecia Georges Papandreu, presidente de la Internacional Socialista, lleva a cabo una política de austeridad draconiana que combina privatizaciones masivas, supresión de empleos en la función pública y entrega de la soberanía de su país en materia económica y social a una «troika» ultraliberal (1). De la misma forma los gobiernos de España, Portugal o Eslovenia también nos recuerdan que el término «izquierda» se ha depreciado hasta el punto de que no se asocia a un contenido político en particular.

Uno de los grandes fiscales del atolladero de la socialdemocracia europea es el portavoz… del Partido Socialista (PS) francés. «Dentro de la Unión europea, revela Benôit Hamon en su último libro, el Partido Socialista Europeo (PSE) está asociado históricamente al compromiso que le une a la Democracia Cristiana en la estrategia de la liberalización del mercado interior y sus consecuencias sobre los derechos sociales y los servicios públicos. Son los gobiernos socialistas los que han negociado los planes de austeridad que gustan a la Unión Europea y al Fondo Monetario Internacional (FMI). En España, Portugal y Grecia, por supuesto, la protesta contra los planes de austeridad se dirige contra el FMI y la Comisión Europea, pero también contra los gobiernos socialistas nacionales (…). Una parte de la izquierda europea solo critica los fallos, igual que la derecha europea, sacrificar el Estado del bienestar para restablecer el equilibrio presupuestario y halagar a los mercados (…). En algunos lugares del mundo fuimos un obstáculo para el avance del progreso. Yo no me resigno» (2).

En cambio otros consideran que esa transformación es irreversible porque tendría su origen en el aburguesamiento de los socialistas europeos y su alejamiento del mundo de los trabajadores.

Aunque también bastante moderado, el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño considera que la izquierda latinoamericana debe tomar el relevo de la izquierda del Viejo Continente, demasiado capitalista, demasiado atlantista y cada vez menos legítima cuando pretende defender los intereses populares: «En la actualidad existe un desplazamiento geográfico de la dirección ideológica de la izquierda en el mundo, señalaba el pasado mes de septiembre un documento preparatorio del congreso del PT. En este contexto, Sudamérica se diferencia (…). La izquierda de los países europeos, que tanto ha influenciado a la izquierda de todo el mundo desde el siglo XIX, no ha logrado aportar las respuestas adecuadas a la crisis y parece capitular frente a la dominación del neoliberalismo» (3). El declive de Europa probablemente es también el declive de la influencia ideológica del continente que vio nacer el sindicalismo, el socialismo y el comunismo –y que parece resignarse más voluntariamente que otros a su desaparición-.

¿Entonces, hemos perdido la partida? Los electores y militantes de izquierda que se aferran a los contenidos más que a las falsas etiquetas, ¿pueden esperar, incluso en los países occidentales, combatir a la derecha con los compañeros conquistados por el liberalismo aunque sigan disfrutando de una hegemonía electoral? El baile, en efecto, se ha convertido en un ritual: la izquierda reformista se diferencia de los conservadores durante la campaña por un efecto óptico. Después, cuando llega el momento, dicha izquierda se dedica a gobernar igual que sus adversarios, sin alterar el orden económico y protegiendo el dinero de las personas del entorno del poder.

La necesidad, e incluso la urgencia de transformación social que proclaman la mayoría de los candidatos de izquierda en el ejercicio de las responsabilidades gubernamentales exigen, obviamente, que vayan más allá de una retórica electoral. Pero también… que accedan al poder. Y es en ese punto concreto donde la izquierda moderada imparte la lección a los «radicales» y a los demás «indignados». La izquierda moderada no espera la «grand soir» [ruptura revolucionaria donde todo es posible, n. de t.] ( Il y a un siècle aux Etats-Unis, un débat fondateur ); no sueña con acurrucarse en una «contra-sociedad» aislada de las impurezas del mundo y poblada de seres excepcionales ( Des gens formidables …). Para retomar los términos empleados hace cinco años por Françoise Hollande, no quiere «obstaculizar en vez de hacer. Frenar en vez de avanzar. Resistir en vez de conquistar». Y considera que no combatir a la derecha es protegerla, y por lo tanto elegirla» (4). En cambio la izquierda radical, según él, prefiere «montar en cólera por todo» en vez de «optar por el realismo» (5).

La izquierda que gobierna, esa es su jugada maestra, dispone «aquí y ahora» de tropas electorales y ejecutivos impacientes que le permiten asegurar el relevo. «Vencer a la derecha», sin embargo, no es un programa o una perspectiva. Una vez celebradas las elecciones, las estructuras establecidas –nacionales, europeas o internacionales- amenazan con impedir la voluntad de cambio expresada en la campaña. Así, en Estados unidos, Obama puede pretender que los lobbies industriales y la obstrucción parlamentaria de los republicanos han socavado su voluntad y su optimismo (Yes, we can) aunque estaba respaldado por una amplia mayoría popular.

Por otra parte, los gobernantes de izquierda se excusan por su prudencia o su cobardía invocando las «obligaciones», una «herencia» (falta de competitividad internacional del sector productivo, los niveles de la deuda, etc.) que serían obstáculos para su margen de maniobra. «Nuestra vida pública está dominada por una extraña dicotomía, analizaba Lionel Jospin ya en 1992. Por un lado, se reprocha al poder (socialista) el desempleo, los problemas de los suburbios, las frustraciones sociales, el extremismo de la derecha y la desesperanza de la izquierda. Por otra parte se añade el hecho de no disponer de una política económica y financiera, lo que vuelve más difícil el tratamiento de lo que se denuncia» (6). Veinte años después, la formulación de esta contradicción no ha envejecido nada.

Los socialistas señalan que la derrota electoral de la izquierda generalmente desencadena la puesta en marcha por parte de la derecha de un arsenal de «reformas» liberales –privatizaciones, reducción de los derechos sindicales, recorte de los gastos públicos- que destruirían las herramientas potenciales para hacer otra política. De ahí el «voto útil» en su beneficio. Pero su derrota también puede conllevar virtudes pedagógicas. Por ejemplo Hamon concede que en Alemania «las elecciones legislativas (de septiembre de 2009) que dieron al SPD su peor resultado (23% de los votos) desde hacía un siglo, convenció a los dirigentes del partido de la necesidad de un cambio de orientación» (7).




Los socialistas griegos se vanaglorian de actuar más rápido que Margaret Thatcher…

Un «restablecimiento doctrinal» , aunque de una amplitud modesta, se dio en Francia tras la derrota legislativa de los socialistas en 1993 y en el Reino Unido tras la victoria del partido conservador en 2010. Y sin duda bien pronto aparecerán escenarios similares en España y Grecia, ya que no parece probable que los gobernantes socialistas de esos países puedan imputar sus próximas derrotas a una política excesivamente revolucionaria… Para defender la causa de Papandreu, la diputada socialista griega Elena Panaritis se ha atrevido incluso a recurrir a una referencia asombrosa: «Margaret Thatcher necesitó once años para llevar a cabo sus reformas en un país que tenía problemas estructurales menos importantes. ¡Nuestro programa sólo lleva en marcha catorce meses!» (8). En resumen, «¡Papandreu mejor que Thatcher!».

Para salir de esta trampa es necesario establecer la lista de las condiciones previas para meter en vereda la globalización financiera. Sin embargo inmediatamente surge un problema: teniendo en cuenta la abundancia y sofisticación de los dispositivos que se han incrustado desde hace treinta años en el desarrollo económico de los Estados y la especulación capitalista, incluso un programa de reformas relativamente fácil (menos desigualdad fiscal, progresión moderada del poder adquisitivo de los salarios, mantenimiento de los gastos de educación, etc.) ahora implica un número significativo de rupturas. Rupturas con el actual orden europeo y también con las políticas a las que los socialistas están alineados (9).

Son necesarios, por ejemplo, un cuestionamiento de la «independencia» del BCE (los tratados europeos garantizan que su política monetarista escape de cualquier control democrático), una flexibilización del pacto de estabilidad y crecimiento (que en períodos de crisis asfixia la estrategia voluntarista de lucha contra el desempleo), denuncia de la alianza entre liberales y socialdemócratas en el Parlamento Europeo (que ha llevado a estos últimos a apoyar la candidatura de Mario Draghi, exbanquero de Goldman Sachs, como director del Banco Central Europeo), sin hablar del libre comercio (la doctrina de la Comisión Europea), de una auditoría de la deuda pública (con el fin de no reembolsar a los especuladores que han apostado contra los países más débiles de la Eurozona); sin todo eso, la partida empezará mal de entrada.

E incluso estará perdida de antemano. En efecto, nada permite creer que Hollande en Francia, Sigmar Gabriel en Alemania o Edward Miliband en el Reino Unido triunfarán donde Obama, Zapatero y Papandreu ya han fracasado. Imaginar que «una alianza que hace de la unión política de Europa el centro de su proyecto» garantiza, como espera Massimo D’Alema en Italia, «el renacimiento del progresismo» (10) se parece (en el mejor de los casos) a soñar despierto. En el actual estado de las fuerzas políticas y sociales, una Europa federal solo puede cerrar más los mecanismos liberales ya asfixiantes y despojar un poco más a los pueblos de su soberanía al confiar el poder a oscuras instancias tecnócratas. Por otra parte, ¿la moneda y comercio no son ámbitos ya «federalizados»?

Sin embargo, en tanto que los partidos de izquierda moderados continúen representando a la mayoría del electorado progresista –sea por adhesión a su proyecto o por el sentimiento de que esa constituye la única perspectiva de una alternancia aproximada- las formaciones políticas más radicales (o los ecologistas) se encontrarán condenados al papel de figurantes, de fuerzas de apoyo o para hacer ruido. Incluso con el 15% de los sufragios, cuarenta y cuatro diputados, cuatro ministros y una organización que agrupa a cientos de miles de adeptos, el Partido Comunista Francés (PCF), entre 1981 y 1984, nunca influyó en la programación de las políticas económicas y financieras de François Mitterrand. El naufragio de Refundación Comunista en Italia, presa de su alianza con los partidos de centro izquierda, no constituye un precedente más emocionante. Entonces se trataba de recordar, prevenir a cualquier precio la vuelta al poder de Silvio Berlusconi. Lo cual pasó de todas formas, pero después.

El Frente de Izquierda francés (perteneciente al PCF) quiere contradecir esos augurios. Presionando al Partido Socialista espera que este se libere de «sus atavismos». A priori la apuesta parece ilusoria, incluso desesperada. Sin embargo, si integra otros factores aparte de la relación de fuerzas electorales y las obligaciones institucionales, puede prevalerse de precedentes históricos. Así, ninguna de las grandes conquistas sociales del Front populaire (vacaciones pagadas, semana de 40 horas, etc.) estaba inscrita en el programa (muy moderado) de la coalición victoriosa de abril-mayo de 1936; fue el movimiento de huelgas de junio el que se las impuso a la patronal francesa.

La historia de ese período no se resume sin embargo en la presión irresistible de un movimiento social sobre los partidos de izquierda tímidos o asustados. Fue la victoria del Front populaire la que liberó un movimiento de revolución social y dio a los trabajadores el sentimiento de que no se enfrentarían al muro de la represión policial y patronal. Envalentonados, también sabían que los partidos a los que acababan de votar no les darían nada si no les retorcían la mano. De ahí esa dialéctica victoriosa –pero tan rara- entre elección y movilización, urnas y fábricas. Un gobierno de izquierda que no afrontase una presión semejante se encerraría rápidamente en una cámara cerrada con una tecnocracia que desde hace mucho tiempo ha perdido la costumbre de hacer cualquier cosa que no sea liberalismo. Tendría como única obsesión seducir a las agencias de calificación, de las que nadie ignora que «rebajan» inmediatamente a cualquier país que se compromete a una verdadera política de izquierda.





Entonces, ¿audacia o estancamiento? Desde el amanecer hasta el crepúsculo nos machacan con los riesgos de la audacia –aislamiento, inflación, degradación-. Sí, pero ¿y los riesgos del estancamiento? Al analizar la situación de la Europa de los años 30, el historiador Karl Polanyi recordaba que: «el callejón en el que se ha metido el capitalismo liberal», en varios países desembocó entonces en «una reforma de la economía de mercado realizada al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas» (11). ¿Pero de qué soberanía popular pueden todavía valerse las decisiones europeas tomadas a remolque de los mercados? Incluso un socialista tan moderado como Michel Rocard se alarma: todo nuevo endurecimiento de las condiciones impuestas a los griegos podría provocar la suspensión de la democracia en ese país. «Dada la situación colérica en la que se va a encontrar ese pueblo, escribía el mes pasado, se puede dudar de que algún gobierno pueda mantenerse sin el apoyo del ejército. Esta lamentable reflexión sirve, por supuesto, para Portugal, Irlanda y otros más grandes. ¿Hasta dónde?» (12).

A pesar de estar apuntalada por toda una quincallería institucional y mediática, la República Central se tambalea. Se está poniendo en marcha una carrera de velocidad entre el endurecimiento del autoritarismo liberal y el desencadenamiento de una ruptura con el capitalismo. Todavía parece lejana. Pero cuando los pueblos dejan de creer en un juego político mentiroso, cuando observan que se despoja a los gobiernos de su soberanía, cuando se obstinan en reclamar que se meta en vereda a los bancos, cuando se movilizan sin saber adónde les conducirá su ira, eso significa, a pesar de todo, que la izquierda todavía sigue viva.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Terremoto en Cataluña

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RAFAEL GONZÁLEZ MORERA



Vuelvo de un viaje por las Españas, y en Cataluña que es para mí la más europea de las comunidades autónomas españolas, los pronósticos anuncian cambios bastantes significativos desde el punto de vista social y político a partir del 20 de noviembre 2011. Me dice un amigo economista barcelonés y además culé, que Cataluña está cada vez más cansada de España, y cómo las palabras de Gregorio Peces Barba todavía escuecen (“deberíamos haber dejado a Cataluña y quedarnos con Portugal, dixit Peces Barba”), Joan Segura me suelta un taco en catalán, y tras reflexionar después de un trago de cava, va y me dice de forma muy educada, con profundo seny catalán, que Peces Barba es un gilipuertas. “Encima es uno de los redactores de la Constitución monárquica española, ¡manda trillos!”. Después de un argumentario por el cual se adentra Joan en valoraciones ancestrales del seny, me llega a una conclusión pre-ocupante. “Estoy convencido de que el Partido Popular todavía es profundamente nacional católico, y que el PSOE es a su vez nacional laico. Pero los dos muy españolistas, nacionalistas, fíjate, no en vano Peces Barba es madrileño. Ni siquiera le pidió permiso a los portugueses si querían ser españoles. Eso es imperialismo español, igual los portugueses quieren incorporar para su nación a Galicia”.

Asisto a una cena con varios catalanes, y la impresión final es que estoy en la educada Francia, y hablando con gente de derechas de toda la vida, pero con mentalidad europea, nada que ver con la caverna política y mediática madrileña. Hay también socialistas, y un votante de Izquierda Unida/Los Verdes, de Cataluña, y también son muy europeos, pero nadie piensa en poner en marcha la guillotina, ni tomar La Bastilla. Pero flota en el ambiente un cambio social y mental enraizado en el seny, en los ancestros. Casi todos los presentes son abonados al Barcelona Club de Fútbol, pero también acuden al Liceo, leen a Vázquez Montalbán, a Ausiás March, Ramón Llull, Ramón Muntaner, pero también a muchos autores castellanos. De todas formas el cansancio de España se refleja con serenidad en la conversación pausada en la noche catalana. Me dicen que los pronósticos electorales, con la caída del PSC/PSOE y el aumento espectacular de CiU, pueden ser un indicio del cambio. O del terremoto. Cuando les indico que también las encuestas apuntan a una subida del Partido Popular catalán, son rotundos, “es un trasvase de votos de los socialistas a los populares, y por la izquierda del PSC se van a Izquierda Unida, que triplica sus diputados, de uno es posible que pasen a tres, todos elegidos en Barcelona, el líder de IU-Verdes, Joan Herrera, afirma que igual sacan cuatro, aunque muchos votos socialistas se irán también a la abstención o el voto nulo o blanco”. Hablamos sobre el 15-M, y todos coincidimos que no deben copiar los errores de los partidos políticos tradicionales, que deben seguir una forma horizontal de organización, y ahí nos perdemos en disquisiciones y formulaciones sobre el futuro del 15-M.

Terminamos la instructiva charla recordando la Diada de Cataluña el 11 de septiembre de 1714, cuando las tropas borbónicas castellanas ayudadas por los ingleses tomaron Barcelona a sangre y fuego, y en este punto se producen interesantes opiniones divergentes. Algunos de mis ilustres amigos catalanes tienen posiciones nacionalistas federalistas, otros más independentistas, pero todos coinciden que el 11 de septiembre de 2014 se puede producir un terremoto en Cataluña. Con mucho seny, y afortunadamente sin ninguna ETA.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Festival antidemocrático en el G20 de Cannes: ¿quién gobierna Europa?

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GORKA LARRABEITI


Rebelión



De Cannes nos llega la noticia bomba de un clamoroso estreno: El FMI y la Comisión Europea enviarán inspectores antes de final de mes a Italia con el fin de monitorear la labor del gobierno de Berlusconi. Tras el sobresalto digno del mejor thriller que provocó el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, al convocar un referéndum sobre el segundo plan de ayuda a su país, y después de ver qué idea de ley, derecho e imperio tienen Merkozy, el FMI y la Comisión Europea, es hora de preguntarse qué se ha hecho de la democracia hoy en Europa. Dijo ayer el historiador Luciano Canfora: “Esta Europa que dicta leyes a los gobiernos me recuerda mucho a la Santa Alianza de 1815, que intervenía por todo el continente para aplacar revueltas, incluidas las de los patriotas italianos. Creían que tenían Europa bajo los pies, parecido a lo que hoy hacen los dirigentes de la UE y la BCE...”.

Ha pasado ya a la historia de la democracia en Europa esta cita de Yorgos Papandreu: "Teníamos tres alternativas: la primera era catastrófica, convocar elecciones; la segunda era el referéndum, y la tercera solución era lograr un consenso más amplio para sacar adelante el plan de salvamento". Al final, parece que se hará realidad la tercera solución: un gobierno de unidad nacional probablemente liderado por el expresidente del Banco Central Europeo Lucas Papademos, miembro de la Comisión Trilateral desde 1998.
Qué ritmo tiene esta guerra monetaria en Europa. En una entrevista del día 8 de julio, es decir, en pleno ataque a los bonos de Estado italianos, Berlusconi respondía así a propósito de los rifirrafes que mantenía con el ministro de Economía Giulio Tremonti, este sí, dócil con "los mercados": "[...] Yo le recuerdo [a Tremonti] que la facturación, en política, consiste en el consenso y los votos. A él el consenso no le interesa, a nosotros sí [...]". Diciendo eso, Berlusconi demostró haberse quedado tan viejo como un actor de cine mudo en una película sonora. Demostró no haber entendido que, desde el anuncio de la “revolución silenciosa” del Semestre Europeo y el Pacto del Euro, los actores nacionales eran meras comparsas que debían ejecutar el guión que les imponía el BCE. Trichet y Draghi le enviaron desde Frankfurt el nuevo guión democrático (privatizaciones, despidos fáciles, recortes en lo público), pero él insistió en querer seguir interpretando el populismo mediático que tantos éxitos le ha dado desde 1994. Por más fans que ha tenido Silvio Berlusconi, en Italia se espera desde hace ya meses un nuevo galán que sepa actuar sobriamente al frente del reparto de un nuevo gobierno de unidad nacional. El 2 de septiembre se propuso para el papel Mario Monti. Su currículum para este papel no tiene tacha: tiene amplia experiencia como Comisario Europeo, es Presidente europeo de la Comisión Trilateral y miembro del Grupo Bilderberg. El martes habrá una moción de confianza en el Parlamento italiano: podría ser la última escena de Berlusconi hasta que se convoquen elecciones.

Es chocante que en Italia se esté reproduciendo la misma secuencia vista en Grecia. En caso de que el gobierno nacional no interprete a rajatabla lo que ordena la troika -FMI, BCE, UE- el gobierno entra en crisis y se nombra un gobierno de unidad nacional, al que también se le puede llamar de “salvación” o de “emergencia nacional”, al frente del cual podría figurar un antiguo cargo del BCE o la Comisión Europea, a ser posible con experiencia en la Comisión Trilateral o el grupo Bilderberg. Este guión admite variaciones regionales. En España, que en teoría debía seguir a Portugal e Irlanda en la secuencia del rescate, no ha habido necesidad de ningún gobierno de unidad nacional porque gobierno y oposición -eso que llaman el PPSOE- tardaron tan solo una semana, en pleno agosto, en ejecutar la “regla de oro” del equilibrio presupuestario que habían dictado Alemania y Francia, pese a que ello suponía reformar nada menos que la Constitución.

En Islandia, la historia es ligeramente diversa, aunque no cambia tanto como nos habría gustado. La contaba así Gunnar Skuli Armannsson, activista de ATTAC Islandia:

[...] Entonces tuvimos la protesta en invierno de 2008-2009, que resultó en unas elecciones en la primavera de 2009. Sucedió así: los socialdemócratas eran parte del viejo Gobierno, y ahora son parte del nuevo Gobierno también, pero en lugar de tener a los conservadores, ahora tienen a la Izquierda Verde como socios de gobierno, y tanto los socialdemócratas como la Izquierda Verde estuvieron prometiendo cosas muy buenas a la gente en la campaña electoral. Pero han roto todas sus promesas. De modo que los islandeses hemos aprendido, igual que los irlandeses, igual que los griegos y los españoles, que cambiar el Gobierno no es la solución. No importa que haya elecciones; no tienen ningún efecto en las políticas, porque es obvio que los bancos tienen el control. Da igual que gobiernen los conservadores, los socialdemócratas o la izquierda verde, la política es siempre la misma: salvar a los bancos y que el pueblo lo pague.

El sociólogo italiano Luciano Gallino matiza mejor la diferencia entre los gobiernos conservadores y socialdemócratas: "Los laboristas británicos, los socialdemócratas alemanes, los socialistas franceses, el Partido Democrático en Italia o los socialistas españoles han adoptado la misma perspectiva que sus adversarios, salvo que tienen una buena intención más: recoger a los heridos que vayan cayendo y socorrerlos, pero el camino, sustancialmente, es el mismo". En suma: da igual quién gobierne en apariencia, puesto que el verdadero gobierno -el Senado virtual le llama Chomsky- se ejerce desde lo alto, sobre y contra el pueblo. De sobra están los Parlamentos, pues la oposición real ha quedado, indignada, fuera de ellos.

Los últimos dos nombramientos de altos cargos europeos dicen mucho de cómo y por qué se elige a los representantes europeos con mayor responsabilidad. Herman Van Rompuy, miembro también del Club Bilderberg y de la Comisión Trilateral, fue nombrado presidente del Consejo de Europa tras una cena secreta. El Observatorio Corporate Europe alerta ahora de qué conlleva el nombramiento del nuevo presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, cuyo currículum también habla solo: vicepresidente de Goldman Sachs International, miembro del Grupo Bilderberg, miembro de una élite bancaria internacional conocida como el Grupo de los Treinta, del que también forman parte Jacob Frenkel del JP Morgan Chase, E.Geral Corrigan de Goldman Sachs, Guillermo de la Dehesa Romero del Grupo Santander y David Walker de Morgan Stanley. Según Corporate Europe, el Grupo de los Treinta, que se define como una “organización del sector privado que ha tenido influencia considerable en el resultado de algunos de los debates sobre regulaciones de las últimas dos décadas”, contribuyó a la crisis de 2008 apoyando al grupo de cabildeo IIF, que promovía el sistema de gestión de riesgo llamado Value at Risk.

La indignación que atraviesa el mundo nace de una mayor conciencia de cómo opera el poder. Se sabía que en la Unión Europea imperaban el conflicto de intereses y la falta de transparencia. Se sabía del déficit democrático de las instituciones europeas. Sin embargo, con la crisis bancaria, han salido a escena los verdaderos actores del gobierno mundial, expulsando a los fantoches. Lo que llaman democracia es, como demuestran la injerencia en la soberanía de los países cerditos -PIIGS-, neoliberalismo autoritario. Si decimos que en Europa hoy gobiernan el grupo Bilderberg, la Comisión Trilateral o el Grupo de los Treinta nos toman por paranoicos. Digamos, pues, que gobierna Versalles. Pero desde la Casba, Tahrir y Sol, se ve La Bastilla cada vez más cerca.